¡Esto era viajar! Aquí va la primera parte de las aventuras de tres hermanas por aquellas carreteras europeas de finales de los años sesenta
Aunque el idioma no le es familiar, los gritos de terror de la gente a su alrededor no dan lugar a dudas. Sentado al volante de su Fiat 128 en medio de la niebla en un monumental atasco, Jorge es perfectamente consciente de su situación. Después de llevar parados una hora, por fin ha podido avanzar unos metros pero la niebla es tan densa que se ha dado cuenta tarde de que ha dejado el coche atravesado en un paso a nivel sin barreras. Y un tren se acerca a toda velocidad. A finales de los años ’60, estos pasos aún son comunes en Europa, tan habituales como la niebla en Milán y los retrasos de los aviones…
El viaje de Jorge y su familia había comenzado muchas horas antes, a las cuatro y media de la mañana habían salido de su casa en Torrelodones para coger el vuelo de las nueve. Sin circunvalación alguna, había que atravesar la ciudad de Madrid de una punta a otra para llegar al aeropuerto. Al volante del Seat 1500 negro con banda roja, el taxista iba dando coba a Jorge, sentado en el asiento del acompañante mientras detrás su mujer Alma y sus hijos Francesca y Leandro, de tres y cinco años, dormían plácidamente.

“Lo pasamos muy mal para atravesar la ciudad, el año que viene parece que comienzan las obras de una carretera que rodee la ciudad pero les llevará veinte años, ¡verá usté!. Eso sí, habrá que canalizar el Arroyo del Abroñigal que hay al oeste de la ciudad, yo jugaba ahí de pequeño, ¿sabe usté?». El conductor se pega al coche de delante, el motor diesel hace un ruido ensordecedor. Es diciembre y hace mucho frío, en dos días será Navidad y la calefacción del Seat está a tope – al menos su sonido y el del motor son un somnífero para los niños.
Las farolas de la carretera tienen difícil alumbrar el camino con su débil luz anaranjada y el taxista no para de charlar. Pasan por Ciudad Universitaria y toca hablar del Jefe del Estado, aunque con cautela, claro, “Ya se ha vuelto a abrir la universidad que cerraron en enero, a ver si los estudiantes se están más quietos, que cada vez que la lían se llevan una buena dosis de palos, ya sabe usté. Ahora el Generalísimo ha nombrado sucesor al heredero Juan Carlos, la que se va a liar, verá usté”. Jorge tiene ya la cabeza como un bombo.

Ya llevan una hora y media y poco a poco van saliendo de la ciudad por la Avenida de América, Jorge baja un poco la ventanilla, le agobia la calefacción, pero ahora entran los humos de los tubos de escape y el sonido de decenas de bocinas – en esta época aún la mayoría piensa que hacer sonar el claxon hará que el atasco se disuelva. Será la novedosa sensación de poder reivindicativo que da estar al volante, muchos acaban de comprarse su primer coche.
“Este año el Aleti gana la liga, verá usté… y Luis Aragonés pichichi! El Vicente Calderón sólo lleva tres años y dicen que la circunvalación pasará por debajo de las gradas, ¡fíjese usté!”. Para distraerse, Jorge repara en los vehículos que les rodean en el atasco… casi todos Seat, algún Citroën – y un carro tirado por un burro que va dejando excrementos en la calzada. Ya pasan por debajo del puente de la CEA, el tráfico se despeja un poco y el taxi acelera todo lo que puede para llegar al pueblecito de Barajas, con el campanario y la torrecita de control que dominan el paisaje.
“Hace unas semanas que tienen aquí halcones para ahuyentar a las aves y que no provoquen accidentes… dicen que los ha adiestrado Félix Rodríguez de la Fuente, el que sale en la tele, ¿sabe usté?”. Jorge no ve ya la hora de sentarse en el avión, pedirse un ron con hielo y como fumador empedernido que es, encadenar un cigarrillo con otro desde el momento que se apague la luz de prohibido fumar.

De todas formas, a pesar del tabaco y el ron, el vuelo se hace eterno y al llegar a Milán la niebla le impide aterrizar en el aeropuerto de Linate y es desviado al de Malpensa, de donde hay que tomar un autobús para llegar al primero y poder recoger el Fiat de alquiler. Y durante todo el trayecto los niños inquietos no paran de corretear, protestar, tengo hambre, tengo sed, tengo pipí, tengo sueño…
El Fiat 128 que alquilan es nuevecito, verde con el interior marrón (a la última moda) y por dentro es amplio y normalmente luminoso. Pero no ahora, que ya ha anochecido y encima, una vez acomodados equipaje y familia, persiste la niebla.

Ya en marcha, Jorge comprueba que el motor es silencioso (sobre todo comparado con el del milquinientos de esta mañana, sabe usté) pero la palanca de cambios es terrible, se traba continuamente y es muy difícil meter la marcha bien a la primera. De todas formas, una vez medio acostumbrado, se relaja y ya se fija en cuán distinto es el panorama automovilístico aquí: los Fiat 500 predominan pero se ven modernos Alfa Romeos, preciosos Lancia, algún Mercedes, y hasta un Maserati Ghibli flamante nuevecito va por delante con matrícula de Roma, así, con todas las letras, fíjate, pero, cuidado, está frenando en seco, frenaaa, golpesegurooo… por los pelos: Jorge ha parado el coche a centímetros del Maserati.

Sí, aparte de los humos y la tendencia a pitar insistentemente, Madrid y Milán tienen algo en común: los atascos. La espesísima niebla ha provocado uno enorme en la autopista Milan-Venecia, en esta época acaso la vía rápida más peligrosa de Europa, con tres carriles y sin arcén, con los bancos de niebla y las constantes obras. Sin duda uno o varios accidentes han provocado otro monumental embotellamiento y los coches son desviados a paso de caracol por carreteras secundarias, como ésta con un paso a nivel, en medio del cual Jorge, agotado física y moralmente ha ido a parar con el Fiat, mientras el resto de la familia duerme ya.
En la oscuridad de la tarde noche, la niebla se despeja ligeramente y con ayuda de los faros de los coches se ven algunos metros alrededor… y las vías del tren que llegan de un lado, pasan por debajo del coche y siguen por el otro lado. Así, Jorge deduce enseguida que los gritos que vienen de fuera le atañen a él… “¡Il treno, mamma mía, il treno!…».
Efectivamente, se oye un pitido de tren a lo lejos y los claxons de varios coches apremian a los de delante para que se muevan y Jorge pueda quitar el suyo del recorrido del tren que se acerca. Al mismo tiempo siguen los gritos… “¡Attenzione, oh mio Dio, il treno, la macchina, i bambini…!”. Alma se ha despertado y también grita, Jorge abre mucho los ojos, le tiemblan las manos, pita, el conductor del coche de delante, un 124 que ha visto épocas mejores, pita también y gesticula pero tampoco puede moverse, el tren se acerca, los niños perciben la histeria colectiva y empiezan a llorar…

Cubierto en sudor, Jorge se despierta de golpe y se cae de la cama del susto. Al final la caravana se movió lo justo para despejar las vías y que el tren pasara rozando el Fiat. Luego en el siguiente pueblo, ya con los nervios destrozados, habían decidido pasar la noche. Pero incluso algo tan simple no había sido fácil… la dichosa niebla no permitía ver ni tu propia mano si extendías el brazo. Así que habiendo parado no sabían muy bien dónde, Alma bajó para buscar un hotel y tardó casi una hora en encontrar de nuevo el coche, dentro del cual, gracias a un cóctel de hambre y sueño, los niños lloraban al unísono sin parar.
Por fin solo en el bar del hotel, los niños con su madre en la habitación, a Jorge incluso la terrible cerveza italiana le sabía a gloria. Mañana, Nochebuena, terminarían el viaje y se encontrarían con las hermanas de Alma: la mayor, Gloria, venía con su marido y su hija desde Berlín en su Volkswagen y Antonella, dos años menor, desde Londres a bordo de su Ferrari acompañada de su novio, el exitoso y arrogante doctor. Preguntándose cómo les irían sus viajes, Jorge subió a la habitación, se liberó de zapatos y pantalones y se desplomó sobre la cama.
DH
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