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Las tres hermanas (5ª parte)


¡Esto era viajar! Aquí va la última parte de las aventuras de tres hermanas por aquellas carreteras europeas de finales de los años sesenta…

En la foto de colores apagados, una gran familia está sentada en torno a una mesa. Se ven copas llenas, mucha comida, velas y decoración navideña. Y también gafas de pasta, cuellos vueltos, patillas y pelucas, colores psicodélicos y sonrisas. Los buenos viejos tiempos. Sentada ahora a la mesa en la misma cocina tantos años después, Klara revive una vez más aquellas navidades. Las velas no eran mera decoración, pasaron dos días sin luz, lo que hizo que toda la casa tuviera una atmósfera especial, mágica, irrepetible. Con doce años estas cosas te marcan.

La foto le trae recuerdos… cruzar Alemania en el asiento trasero del Escarabajo de sus padres, el frío, el jersey de cuello vuelto que picaba como el demonio… en su mente está toda la información, pero sin orden, son más bien impresiones inconexas, pero piensa que algún día debería sentarse y escribir la historia. Mirando por la ventana el paisaje nevado, toma un sorbo de su té y sigue recordando.

Las tres hermanas - Carretera bosque nieve

Klara empezó a preocuparse al ver las caras serias de sus padres y su abuela, callados, cada uno a su tarea sin hablar apenas. La Nochebuena era una gran fiesta en la familia Costa, pero ese año estaba gafada: faltaba la tía Antonella y seguían sin noticias del abuelo Giancarlo, que había ido a recoger a la familia de Madrid. Mientras, fuera, la tormenta de nieve arreciaba con fuerza… y el Alfa Romeo seguía atrapado en la carretera que sube al valle… es una historia que se ha contado mil veces en la familia, lo único que puede haber pasado es que algunos detalles se hayan diluido o exagerado.

Tras media hora parados, la nieve caía con fuerza, empezaba a oscurecer y hacía mucho frío, así que, previsor como siempre, el abuelo Giancarlo, a quien todos llamaban Búbele, abrió la guantera y sacó una velita. La pequeña Francesca había empezado a llorar, pero el brillo de una llama tiene algo… Será porque nos hemos pasado siglos viviendo a la luz de una vela o de un candil, comiendo, bebiendo, leyendo, intimando. Por eso, cuando quedamos impresionados con algo grata y profundamente, decimos que nos encandila.

Las tres hermanas - Fiat 500

Como encandilados y reconfortados por el calorcito quedaron los niños, acurrucados junto a su madre en el asiento de atrás, mientras el abuelo salía a intentar averiguar porqué no podían avanzar. Cerrando la portezuela del Alfa, con la nieve ya a la altura de los tobillos, Búbele caminó carretera arriba junto a algún otro conductor que, por aburrimiento o ansiedad, también había decidido desafiar el frío. Así llegó al poco hasta dos coches accidentados que bloqueaban completamente la estrecha carretera… La escena resultaba hasta cómica, acaso debido a que los coches de antaño tienen cara y ojos, una personalidad propia. Y ahí estaban, con las caruchas arrugadas, como enfadados, un pequeño Fiat 500 rojo empotrado en un Renault 8 azul.

La mujer del conductor del Renault se había refugiado dentro del coche ante la ira de los demás conductores, que se habían acercado a curiosear o ayudar, pero habían comprobado que, en pleno invierno (de los de antes), el coche rodaba sin cadenas y con los neumáticos prácticamente lisos. Cómo había logrado subir hasta ahí, nadie acertaba a explicarlo, pero finalmente se había quedado atravesado y el pobre conductor del Fiat no había tenido tiempo de esquivarlo. Pasaron dos horas más hasta que las autoridades lograron despejar la carretera. 

Las tres hermanas - Renault 8

Así que, tras horas sin saberse nada de ellos, los desaparecidos llegaron a la casa familiar, apareciendo por fin por la puerta de la cocina. Y mientras la abuela corría a abrazar a su Búbele, hacían su entrada Alma y Jorge, cada uno con un niño dormido en brazos. Klara bebe ahora un poco más de su té, que se está quedando frío, y gira la mirada hacia la puerta de la cocina… aún los recuerda ahí, exhaustos pero sonrientes. Del resto de la velada, Klara ya no tiene presentes muchos más detalles, pero sí curiosamente la mañana del día siguiente…

Al despertar temprano el día de Navidad, Klara corrió a asomarse a la ventana. De tan intenso y puro, el cielo aparecía de un azul irreal. El temporal era tan sólo un mal recuerdo y todo estaba cubierto por un manto inmenso de nieve, un bajorrelieve de luces y sombras formado por lo que fuera que había quedado enterrado debajo. Incluyendo el Volkswagen de sus padres y el Alfa Romeo de su abuelo. Nada en la casa se movía, salvo su abuela, que ya estaba preparando el desayuno.

Las tres hermanas - Carretera y árboles

En el mismo momento, a través de la ventana del hotel en Garmisch, la mañana también se veía radiante. El sol se reflejaba en la nieve y Antonella se vio cegada un poco al principio, hasta que se fue acostumbrando al brillo. Se impresionó ante la belleza del paisaje aún sin hollar por persona alguna pero enseguida miró al aparcamiento. Al principio le costó un poco identificar su coche desde lo alto, pero enseguida se dio cuenta de que por el momento sería imposible sacarlo, imposible moverlo por aquellas calles, imposible llegar hoy a ver a su familia. Pasaría el día de Navidad allí. Pero no tenía mucha prisa.

La noche anterior, una vez dejado el Ferrari aparcado, el alivio de Antonella al entrar en el acogedor hall del hotel había sido tal, que enseguida se había olvidado de todo, sólo pensaba en darse un buen baño con mucha espuma y cenar. Pero siendo Nochebuena no quedaba sitio en el restaurante del hotel. «Los dueños estarían encantados de que los acompañara a su mesa…», le habían dicho en la recepción. Luego, llegando a la gran mesa para doce, el hombre del Jaguar se levantó, sonrió y retiró una silla para Antonella, que no entendía el mundo. «Le dije que nos volveríamos a ver…», comenta sonriendo.

Las tres hermanas - Hotel Staudacherhof

Al hacer la reserva por teléfono desde la gasolinera, Antonella había tenido que gritar el nombre del hotel, el mismo al que se dirigía Frank. Sus tíos eran los dueños y gerentes… «¿Un poco de vino blanco…? La llegada con el coche ha sido agónica… la cena está deliciosa… ¿una copa de vino tinto…? Seguramente nos vimos alguna vez cuando estuve aquí años atrás… ¿un vasito de ponche?» Una mirada de reojo, otra, risas, el postre… «¿Fumas…? ¡Claro!» Exhalando la primera calada, pareció que todo el estrés previo a su llegada salía por la boca de Antonella. 

Los comensales se fueron retirando de la mesa hasta que sólo quedaron ellos dos, que siguieron charlando… aunque luego ninguno de los dos se acordaría de qué. Pero fue bajando la adrenalina y uno de los dos debió comentar algo sobre irse a dormir, se levantaron, caminaron juntos unos metros hacia el hall donde estaba el ascensor, había que pasar entre un aparador y un sillón, él la dejó pasar, ella vaciló, él fue a pasar, pasaron los dos, chocaron y sus rostros se encontraron a pocos centímetros, se intuyeron, el uno mirando a los labios del otro, más cerca, los labios se rozaron un poco, se rozaron más y se fundieron en un beso, luego una mirada, otro beso corto y luego otro interminable. Hasta aquí contó Antonella, el resto quedó entre los dos.

Las tres hermanas - Ferrari Daytona rear 3/4

Como en aquella época aún se podía hablar de la proverbial eficiencia alemana, al día siguiente la carretera ya había sido despejada, así que, habiendo liberado el Ferrari de la nieve acumulada, por fin Antonella lo pudo sacar del aparcamiento, gracias a varias personas que ayudaron a empujarlo. Fue todo un espectáculo, entre el sonido brutal del doce cilindros desperezándose y el color amarillo brillando al sol, las llantas de radios girando de nuevo, los neumáticos de invierno compactando la nieve bajo el peso del coche, los gritos de todos organizando la tarea, la conductora sonriendo y animando…

Al volante del deportivo, gafas de sol y melena suelta, el día brillante, ni una nube en el horizonte y la carretera despejada, por fin el coche devoraba de nuevo kilómetros. Y al mismo tiempo, de nuevo el “Let it bleed” de los Rolling Stones fluía glorioso en el reproductor de ocho pistas, Mick Jagger y Antonella cantando: «Yeah, we all need someone we can dream ooon… Sí, todos necesitamos a alguien con quien soñaaar…». Al repostar la última vez, se había comprado otra chocolatina y al terminarla dejó el envoltorio en el compartimento de la puerta, al tiempo que se giraba divertida a mirar a su copiloto: «…and if you want it baby, you can dream on me… y si quieres baby, puedes soñar conmigooo».

Las tres hermanas - Puente Europa

Cortando el aire, en pocas horas el deportivo amarillo desfiló a toda velocidad por los hitos del recorrido: el puente de Europa, la subida al puerto del Brennero y finalmente la carretera serpenteante que subía al valle donde aguardaba toda su familia. Desde la cocina oyeron perfectamente llegar el coche, pero aún así Antonella hizo sonar el estridente claxon típico de los deportivos italianos de la época. No hacía ninguna falta, pero seguramente era una forma de desahogarse después de casi tres días de viaje. 

Klara coge de nuevo con mucho cuidado la foto y la observa con detenimiento. Ahí estaban todos juntos por fin: sus abuelos, sus padres, los tíos de Madrid – y la tía Antonella con su sonrisa imposiblemente seductora. Y a su lado, quien desde entonces sería el tío Frank. Sólo faltan en la imagen sus primos de Madrid, que ya estaban acostados. Klara mira a su alrededor, es en esta misma cocina donde se había tomado la foto de aquella fantástica familia, aunque ha pasado mucho tiempo y ya no están todos. Reprimiendo la melancolía, coge el abrigo, se pone las botas y sale de la casa.

Las tres hermanas - Foto de las tres

Al principio camina un poco sin rumbo sobre la escasa nieve recién caída, pero al poco decide dirigir sus pasos hacia el cobertizo que hay detrás de la casa. La puerta lleva años sin moverse, la madera está húmeda y el tirador oxidado, pero el pestillo cede a la primera y los goznes no oponen resistencia… Y a medida que la luz del sol empieza a inundar el interior, ante sus ojos aparece primero el morro afilado y luego enseguida el resto de un deportivo amarillo que, tras otras aventuras, reposa aquí inmóvil. En la mente de Klara, Antonella empuña de nuevo el volante y sonríe traviesa, mientras su querido Daytona ruge de nuevo, la línea discontínua que separa los carriles desfilando cada vez más deprisa.

DH

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