Primera parte de la vida de Enzo Ferrari, una aventura llena de éxitos y tragedias, persiguiendo un sueño que luego intentaría preservar a toda costa…
Es una clara y gélida noche de octubre en Bologna y poco a poco decenas de hombres trajeados van entrando a una construcción geométrica y rotunda: la flamante Casa del Fascio. Estamos en 1929 y en los últimos años Benito Mussolini ha hecho construir decenas de estos edificios por todo el país, que aparte de ser sedes locales del partido se usan para eventos: hoy se celebra el récord mundial de velocidad conseguido por un italiano a bordo de un Maserati.

Uno de los invitados es un hombretón de ojos enormes y saltones y abundante pelo cortado a cepillo, un hombre de negocios que participa ocasionalmente en carreras de coches – aunque ser piloto no es lo suyo, de eso ya se ha dado cuenta. Además, es representante de ventas de Alfa Romeo, tarea que no le va mal pero esto tampoco le llena. Y es que su sueño va por otro camino: quiere tener su propio equipo de competición. Y esta noche Enzo Ferrari (yes, es él) tiene un plan para lograrlo…
Recientemente dos “gentlemen drivers”, pilotos millonarios en busca de un subidón de adrenalina, han comprado a Ferrari dos bólidos Alfa Romeo para competir en carreras y resulta que los tres van a compartir mesa esta noche. Así que entre la mozzarella y el saltimbocca, Lambrusco va, Limoncello viene, Ferrari les plantea su idea: crear un equipo de carreras financiado por ellos y por los organizadores de los distintos circuitos, dispuestos a pagar importes sustanciales con tal de tener pilotos célebres que atraigan a la audiencia.
Los pilotos profesionales que se contraten no recibirán un salario, sino que cobrarán un porcentaje de los premios de las carreras. Sencillo pero genial pero ¿y los coches? Ah, caro amico, ho già pensato a tutto… sí, el hábil Ferrari ya había hablado con los responsables de Alfa Romeo, que daría asistencia técnica al equipo a cambio de acciones del mismo.

Esa misma noche a los postres los tres llegaron a un acuerdo y un mes después se fundaba la Società Anonima Scuderia Ferrari, con el objetivo declarado de la «compra de coches de carreras de Alfa Romeo y participación con los mismos en competición”. En la primera carrera ningún coche consiguió terminar aunque pronto llegarían las primeras victorias y el resto, como se suele decir, es historia…
Pero ¿cómo llegó este hombre tosco y sin estudios a ser a sus treinta y pocos años el jefazo de su propio equipo y más tarde uno de los italianos más venerados de la historia? Aquí os doy ya una respuesta preliminar… Ferrari supo compensar su falta de estudios con su “astucia campesina” (como él la llamaba) y una pasión sin límites por las carreras de coches. Hala, ahí dejo la receta preliminar del éxito… excepto que faltan ingredientes, por que debió haber algo más, ¿no? Sí…! Muuucho más…
Enzo Ferrari: los duros comienzos
El “piccolo” Enzo había nacido en Modena en 1898 en una familia acomodada: se trabaja mucho pero también se va de paseo en automóvil, los sábados al teatro y los domingos al restaurante. Es la época de los pioneros del automóvil, con las calles sin asfaltar hechas para los carros de bueyes y con diez años sus padres lo llevan a ver su primera carrera en el Circuito di Bologna. Quizás naciera aquí su vocación, aunque se dice que luego también soñó con ser cantante de ópera o periodista deportivo. Pero la vida le reserva un camino muy diferente.

En 1915 muere su padre de pulmonía… le queda su hermano mayor pero el destino es muy cabezota y un año después también él muere por enfermedad. Estamos en guerra y el joven Enzo es llamado a las “armas”, que en su caso son herramientas para herrar los caballos de la Tercera División de Artillería Alpina, pero también cae enfermo y con tal gravedad que lo mandan a la sección de “incurables” del hospital de Bologna. La recuperación es larga y agónica y en semejante sitio el sufrimiento y la muerte lo rodean durante meses.
Pero el joven es terco y acaba saliendo, aunque sin padre y sin hermano ahora debe afrontar la vida real… así que parte hacia Turín, la Meca del automovilismo italiano, a buscar trabajo en la FIAT, encomendándose a la diosa Fortuna… que de primeras le da un portazo en las narices. En la posguerra miles de militares licenciados buscan trabajo, Ferrari es uno más y es rechazado… saliendo de la oficina de FIAT hace muchísimo frío, llega a un parque, aparta la nieve de un banco, se sienta y comienza a sollozar desconsolado. Sin embargo, no hay pena que dure cien años y hay que salir adelante, qué remedio…
Enzo se va a Milán, donde en un bar tomando un café conoce a Ugo Sivocci, piloto de la CMN, una empresa ya desaparecida que modificaba camiones para hacer coches de carreras. Sivocci logra que contraten a Ferrari como piloto de pruebas y en el mismo año participa con su nuevo amigo en la Targa Florio, toda una aventura que empezó bajando por la “bota” hasta Sicilia atravesando una tempestad de nieve, durante la que son rodeados por lobos, que Enzo ahuyenta con su pistola reglamentaria, “regalo” del ejército. Luego vienen los problemas para cruzar a la isla, Enzo no tiene dinero para el billete… y la carrera acaba siendo una prueba de supervivencia contra los elementos… en la que ganan estos últimos.
Solucionador en Alfa Romeo
En 1920 Sivocci se marcha a Alfa Romeo y también usa sus artes para que contraten al que ya es su amigo del alma (un ataque de lobos es que une mucho) y a partir de aquí y hasta 1939 el destino de Enzo quedará ligado a la marca de Milán, en la que para empezar desarrollará una aceptable carrera de piloto, que al menos le irá dando una muy necesitada estabilidad económica. Esto le permitirá casarse en 1923 con Laura Garello, un matrimonio que durará décadas pero estará salpicado por las contínuas infidelidades del marido…

También en este mismo año Sivocci se quita la espinita y gana la Targa Florio, aunque unos meses después se mata en unos entrenamientos. Quizás fueran ésta y otras muertes cercanas como la del piloto Antonio Ascari por la misma época las que influyeran en el siguiente gran episodio de la vida de nuestro protagonista… el año siguiente, tras ganar la Coppa Acerbo, su mayor logro en competición, Ferrari tenía la posibilidad de consagrarse como piloto en el Gran Premio de Europa en Francia, pero ni siquiera llegaría al circuito porque a mitad de camino se paró, dio media vuelta y se volvió para casa. Años después, él mismo hablaría de un agotamiento nervioso y el caso es que estuvo un par de años sin correr pero su carrera como piloto había acabado. Sin embargo, en estos años Ferrari había ido labrándose otra carrera en paralelo…

A su llegada a Alfa Romeo, el joven Enzo estuvo a las órdenes del director comercial y deportivo de la marca, Giorgio Rimini, con quien enseguida entabló amistad y poco a poco, al margen de su labor de piloto Ferrari (hábil de palabra y pillo como nadie) se fue convirtiendo en el hombre de confianza de su jefe, que le encargará misiones cada vez más delicadas.
Como por ejemplo, la de convencer al ingeniero Víctor Jano para que abandone Fiat para unirse a ellos, lo que será determinante para la marca de Milán. Durante años, Ferrari observa a Rimini y lo toma como modelo de constructor y organizador y como dijo el mismo Ferrari años más tarde, Rimini “no sólo fue mi amigo inconfundible, sino también mi maestro”.

Seeeguimos… a pesar de la pausa en las carreras siguieron un par de años de ferviente actividad y aparte de su trabajo de “solucionador” para Alfa Romeo, Ferrari aun tiene tiempo de participar en la fundación y ser consejero delegado del periódico deportivo “Corriere dello Sport”. Luego llegará a ser representante de ventas de Alfa Romeo en Bologna y Modena y en 1928 recibirá el título de Commendatore por su labor como emprendedor y piloto.
Por esta época conocerá también a Lina Lardi, diez años más joven que él, que será su amante hasta el final de sus días y a la que se dice que conoció espetandole “¿Cómo llegaste a ser tan guapa en tan poco tiempo?”. Bien. Bueno. Sip… al parecer gracias a su cautivadora labia Ferrari también fue un gran conquistador. En fin, y llegamos así a la cena de gala del principio.
La Scuderia de los años treinta
En los primeros dos años de la Scuderia, sus Alfa Romeo lucieron el famoso “quadrifoglio verde” de la marca milanesa, pero a partir de 1932 Ferrari decide empezar a usar el famoso Cavallino Rampante que el malogrado aviador Francesco Baracca llevaba en su avión de combate durante la Primera Guerra Mundial y cuya madre había propuesto al joven Enzo que lo usara en sus coches para que le trajera suerte.

En este mismo año nace Alfredo, el único hijo que Enzo tendrá con su mujer Laura y al que todos llaman por su diminutivo… Alfredino, o mejor: Dino. Su mujer espera que, con la llegada del niño, Ferrari siente la cabeza, pero este hombre es adicto al trabajo y además son años de gran inestabilidad y todo cambia… esto es un no parar… desde hace años Alfa Romeo viene triunfando en las pistas pero su situación económica es penosa: la empresa anda siempre en la cuerda floja y la crisis económica mundial por el crac de Wall Street (pocos días después de nuestra cena de gala del principio) no ayuda en absoluto.

De hecho, en 1933 la situación se vuelve insostenible y la empresa está a punto de desaparecer hasta que el mismísimo Mussolini decide que el gobierno tome el control y se ponga al mando a un nuevo responsable, Ugo Gobbato, cuya primera decisión consiste en abandonar las carreras automovilísticas, confiando los bólidos y la actividad deportiva a equipos privados, principalmente a la Scuderia Ferrari.

Son los años dorados de las carreras, con Grandes Premios con más de 300.000 espectadores, monstruosos bólidos de 500 CV de potencia que alcanzan los 300 km/h y pilotos legendarios como Caracciola, Varzi, Chiron, Rosemeyer o Nuvolari, pero la competición tiene un trasfondo político único en la historia, ya que en ella las potencias europeas buscan reflejar su poderío, principalmente of course la Alemania nazi y la Italia fascista, de manera que se establece una confrontación que va mucho más allá de lo meramente deportivo.
Las mayores esperanzas de los italianos estaban puestas en Alfa Romeo y por tanto la presión sobre Ferrari era enorme, pero contando con financiación, buenos coches y un gran equipo humano, todo parecía dispuesto para unos años dorados… que no llegaron.

En 1933 Hitler toma el poder y a la vista del prestigio que supone ganar en las carreras, promociona todo lo que puede a los equipos alemanes, principalmente Mercedes y Auto Union, cuyas “flechas de plata” pasarán a dominar desde 1935 la competición. A los Alfa Romeo les quedará el consuelo de ser los únicos que planten cara a los alemanes, dominando en las carreras de resistencia como la Targa Florio y la Mille Miglia – pero no en las carreras más cortas de Grand Prix, a excepción de un puñado de éxitos, como la “victoria imposible” de Tazio Nuvolari en el Gran Premio de Alemania de 1935.
El final de un ciclo
Pero a pesar de éste y algún otro triunfo, el dominio de los alemanes se hizo tan apabullante que en 1938 se decidió que hacía falta un revulsivo y Alfa Romeo volvió a tomar las riendas de sus coches de competición, para lo cual la marca milanesa compró el 80% de las acciones de la Scuderia (que fue liquidada) y contrató a Ferrari como director deportivo. De repente, nuestro héroe había perdido sus atribuciones de jefe supremo y se encontraba a las órdenes del Director Técnico de Alfa, el español Wifredo Ricart, recién contratado como ingeniero jefe.
Desde el principio, ambos personajes no se soportaron y entraron en una lucha por el control, con proyectos de diseño paralelos, pero esta situación no podía durar mucho y tan sólo unos meses después se precipitó cuando desde Milán arrebataron a Ferrari su proyecto de nuevo bólido de carreras, el Alfa Romeo 158. El ya de por sí tenso ambiente se enrareció más aún hasta que los “mandamases» de Alfa debieron elegir…

Ricart era demasiado valioso para la compañía, cuyo 80% de la facturación ya venía de sus motores de aviación, así que tras un año Ferrari es al parecer despedido de Alfa Romeo… aunque tranquilos: el finiquito no fue nada despreciable y gracias a los contactos hechos durante todos estos años no le irá nada mal, como ya se sabe y aun así os contaré en la segunda parte de esta historia… sip, demasiado larga y apasionante como para resumirla en un sólo artículo.
Epílogo
Pero por ahora rematemos… con todo esto, ¿qué ingredientes diríais que faltaban en la receta del éxito? Hablábamos al principio de pasión y astucia campesina y aquí yo concluiría que faltaría añadir amistades y trabajo duro… y finalmente sazonar con esos rasgos tan característicos de su carácter: déspota, testarudo, poco conciliador y feroz con sus enemigos, son algunos de los términos con los que algunos lo han descrito.
Sin embargo, al mismo tiempo conocía muy bien a las personas y era capaz de convencerlas casi de cualquier cosa o al menos transmitirles su entusiasmo de forma hipnotizante, como había hecho en aquella cena en la Casa del Fascio, que por cierto aun sigue en pie hoy en día, reconvertida en comisaría de policía… un edificio más del barrio.
DH
Sigue leyendo en la segunda parte…
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