Las Tres Hermanas

¡Esto era viajar! Disfruta con este relato acerca de las aventuras de tres hermanas por aquellas carreteras europeas de finales de los años sesenta.

CAPÍTULO 1

Aunque el idioma no le es familiar, los gritos de terror de la gente a su alrededor no dan lugar a dudas. Sentado al volante de su Fiat 128 en medio de la niebla en un monumental atasco, Jorge es perfectamente consciente de su situación. Después de llevar parados una hora, por fin ha podido avanzar unos metros pero la niebla es tan densa que se ha dado cuenta tarde de que ha dejado el coche atravesado en un paso a nivel sin barreras. Y un tren se acerca a toda velocidad. A finales de los años ’60, estos pasos aún son comunes en Europa, tan habituales como la niebla en Milán y los retrasos de los aviones…

El viaje de Jorge y su familia había comenzado muchas horas antes, a las cuatro y media de la mañana habían salido de su casa en Torrelodones para coger el vuelo de las nueve. Sin circunvalación alguna, había que atravesar la ciudad de Madrid de una punta a otra para llegar al aeropuerto. Al volante del Seat 1500 negro con banda roja, el taxista iba dando coba a Jorge, sentado en el asiento del acompañante mientras detrás su mujer Alma y sus hijos Francesca y Leandro, de tres y cinco años, dormían plácidamente. 

Las tres hermanas - Seat 1500 Taxi

“Lo pasamos muy mal para atravesar la ciudad, el año que viene parece que comienzan las obras de una carretera que rodee la ciudad pero les llevará veinte años, ¡verá usté!. Eso sí, habrá que canalizar el Arroyo del Abroñigal que hay al oeste de la ciudad, yo jugaba ahí de pequeño, ¿sabe usté?». El conductor se pega al coche de delante, el motor diesel hace un ruido ensordecedor. Es diciembre y hace mucho frío, en dos días será Navidad y la calefacción del Seat está a tope – al menos su sonido y el del motor son un somnífero para los niños. 

Las farolas de la carretera tienen difícil alumbrar el camino con su débil luz anaranjada y el taxista no para de charlar. Pasan por Ciudad Universitaria y toca hablar del Jefe del Estado, aunque con cautela, claro, “Ya se ha vuelto a abrir la universidad que cerraron en enero, a ver si los estudiantes se están más quietos, que cada vez que la lían se llevan una buena dosis de palos, ya sabe usté. Ahora el Generalísimo ha nombrado sucesor al heredero Juan Carlos, la que se va a liar, verá usté”. Jorge tiene ya la cabeza como un bombo. 

Madrid M30

Ya llevan una hora y media y poco a poco van saliendo de la ciudad por la Avenida de América, Jorge baja un poco la ventanilla, le agobia la calefacción, pero ahora entran los humos de los tubos de escape y el sonido de decenas de bocinas – en esta época aún la mayoría piensa que hacer sonar el claxon hará que el atasco se disuelva. Será la novedosa sensación de poder reivindicativo que da estar al volante, muchos acaban de comprarse su primer coche. 

“Este año el Aleti gana la liga, verá usté… y Luis Aragonés pichichi! El Vicente Calderón sólo lleva tres años y dicen que la circunvalación pasará por debajo de las gradas, ¡fíjese usté!”. Para distraerse, Jorge repara en los vehículos que les rodean en el atasco… casi todos Seat, algún Citroën – y un carro tirado por un burro que va dejando excrementos en la calzada. Ya pasan por debajo del puente de la CEA, el tráfico se despeja un poco y el taxi acelera todo lo que puede para llegar al pueblecito de Barajas, con el campanario y la torrecita de control que dominan el paisaje.

“Hace unas semanas que tienen aquí halcones para ahuyentar a las aves y que no provoquen accidentes… dicen que los ha adiestrado Félix Rodríguez de la Fuente, el que sale en la tele, ¿sabe usté?”. Jorge no ve ya la hora de sentarse en el avión, pedirse un ron con hielo y como fumador empedernido que es, encadenar un cigarrillo con otro desde el momento que se apague la luz de prohibido fumar. 

Las tres hermanas - Iberia

De todas formas, a pesar del tabaco y el ron, el vuelo se hace eterno y al llegar a Milán la niebla le impide aterrizar en el aeropuerto de Linate y es desviado al de Malpensa, de donde hay que tomar un autobús para llegar al primero y poder recoger el Fiat de alquiler. Y durante todo el trayecto los niños inquietos no paran de corretear, protestar, tengo hambre, tengo sed, tengo pipí, tengo sueño… 

El Fiat 128 que alquilan es nuevecito, verde con el interior marrón (a la última moda) y por dentro es amplio y normalmente luminoso. Pero no ahora, que ya ha anochecido y encima, una vez acomodados equipaje y familia, persiste la niebla. 

Fiat 128

Ya en marcha, Jorge comprueba que el motor es silencioso (sobre todo comparado con el del milquinientos de esta mañana, sabe usté) pero la palanca de cambios es terrible, se traba continuamente y es muy difícil meter la marcha bien a la primera. De todas formas, una vez medio acostumbrado, se relaja y ya se fija en cuán distinto es el panorama automovilístico aquí: los Fiat 500 predominan pero se ven modernos Alfa Romeos, preciosos Lancia, algún Mercedes, y hasta un Maserati Ghibli flamante nuevecito va por delante con matrícula de Roma, así, con todas las letras, fíjate, pero, cuidado, está frenando en seco, frenaaa, golpesegurooo… por los pelos: Jorge ha parado el coche a centímetros del Maserati. 

Las tres hermanas - Maserati Ghibli

Sí, aparte de los humos y la tendencia a pitar insistentemente, Madrid y Milán tienen algo en común: los atascos. La espesísima niebla ha provocado uno enorme en la autopista Milan-Venecia, en esta época acaso la vía rápida más peligrosa de Europa, con tres carriles y sin arcén, con los bancos de niebla y las constantes obras. Sin duda uno o varios accidentes han provocado otro monumental embotellamiento y los coches son desviados a paso de caracol por carreteras secundarias, como ésta con un paso a nivel, en medio del cual Jorge, agotado física y moralmente ha ido a parar con el Fiat, mientras el resto de la familia duerme ya.

En la oscuridad de la tarde noche, la niebla se despeja ligeramente y con ayuda de los faros de los coches se ven algunos metros alrededor… y las vías del tren que llegan de un lado, pasan por debajo del coche y siguen por el otro lado. Así, Jorge deduce enseguida que los gritos que vienen de fuera le atañen a él… “¡Il treno, mamma mía, il treno!…».

Efectivamente, se oye un pitido de tren a lo lejos y los claxons de varios coches apremian a los de delante para que se muevan y Jorge pueda quitar el suyo del recorrido del tren que se acerca. Al mismo tiempo siguen los gritos…“¡Attenzione, oh mio Dio, il treno, la macchina, i bambini…!”. Alma se ha despertado y también grita, Jorge abre mucho los ojos, le tiemblan las manos, pita, el conductor del coche de delante, un 124 que ha visto épocas mejores, pita también y gesticula pero tampoco puede moverse, el tren se acerca, los niños perciben la histeria colectiva y empiezan a llorar…

Tren en la niebla

Cubierto en sudor, Jorge se despierta de golpe y se cae de la cama del susto. Al final la caravana se movió lo justo para despejar las vías y que el tren pasara rozando el Fiat. Luego en el siguiente pueblo, ya con los nervios destrozados, habían decidido pasar la noche. Pero incluso algo tan simple no había sido fácil… la dichosa niebla no permitía ver ni tu propia mano si extendías el brazo. Así que habiendo parado no sabían muy bien dónde, Alma bajó para buscar un hotel y tardó casi una hora en encontrar de nuevo el coche, dentro del cual, gracias a un cóctel de hambre y sueño, los niños lloraban al unísono sin parar.

Por fin solo en el bar del hotel, los niños con su madre en la habitación, a Jorge incluso la terrible cerveza italiana le sabía a gloria. Mañana, Nochebuena, terminarían el viaje y se encontrarían con las hermanas de Alma: la mayor, Gloria, venía con su marido y su hija desde Berlín en su Volkswagen y Antonella, dos años menor, desde Londres a bordo de su Ferrari acompañada de su novio, el exitoso y arrogante doctor. Preguntándose cómo les irían sus viajes, Jorge subió a la habitación, se liberó de zapatos y pantalones y se desplomó sobre la cama.

CAPÍTULO 2

La señora con el perrito pega un brinco a un lado y casi se golpea con la farola, menudo susto le ha dado el doce cilindros con su rabioso rugido. Es muy temprano aún y con el estruendo se debe de haber despertado medio vecindario de este tranquilo barrio de Londres. Ya se levanta la puerta basculante del garaje y desde la acera la mujer observa indignada cómo asoma primero el frontal afilado, luego unas ruedas enormes con llantas de radios cromados y poco a poco el resto de un deportivo amarillo deslumbrante. «Veámosle la cara a este sinvergüenza», piensa la viandante.

Pero no, quien emerge agarrando firmemente con sus guantes el volante de madera no es él, sino ella. Antonella, brillante psiquiatra y gran aficionada a los coches, saluda sonriente a la señora, que pone una cara digna, aprieta los labios, sube la barbilla y se da media vuelta tirando de la correa de su diminuto Yorkshire. 

Las tres hermanas - Ferrari Daytona front side

Son las seis de la mañana, mañana es Navidad y Antonella tiene por delante un viaje épico. Tras ver The Italian Job, la peli que arrasa este año en los cines británicos, había tenido la idea de acudir en coche a la reunión familiar en casa de sus padres en los alpes italianos. Su novio actual, Marc, un estirado médico de familia, prefería ir con su Rover, un P6 marrón, pero haciendo gala de su fogosidad italiana, ella había impuesto su criterio… y su Ferrari Daytona. 

Con la melena morena cubierta por un pañuelo, sus gafas de sol y una sonrisa traviesa, Antonella da dos acelerones juguetones más, despertando probablemente a la otra mitad de los vecinos. Mientras, a su lado, Marc menea la cabeza de lado a lado y se tapa los ojos con los dedos pulgar e índice: “Estos 1300 kilómetros se me van a hacer muuuy largos”. Premonitorias palabras…

Hovercraft

Cruzar el Canal de la Mancha es el primer hito. Como novedad, este año, además de pasajeros, los Hovercraft llevan también 30 coches y en 22 minutos estás en Francia. A menos que haga mal tiempo, pero hoy salió puntual y el Ferrari desembarcó en Calais luciendo su glorioso color amarillo bajo el debilucho sol invernal. Antes de partir Antonella había tenido el tiempo justo de cambiar libras esterlinas por francos franceses, algunos marcos alemanes, chelines austriacos y liras italianas. Marc era el encargado pero se le “olvidó” hacerlo – aparte de estirado, encima tacaño. Por su parte los británicos aún funcionarán durante un par de años con su sistema duodecimal, en el cual una libra se compone de doce chelines y cada chelín de veinte peniques, realmente muy sencillo…

Un poco de cuidado al principio para adaptarse a conducir por la derecha, el volante en el lado contrario no es mayor problema… Al ser dos, no hay que bajarse del coche en los peajes y para adelantar basta con dejar unos metros más de lo normal de margen, con el Daytona un zapatazo en el acelerador basta para pasar como catapultados al de delante. Y por fin, l’autoroute, la autopista francesa es toda de Antonella, que se concentra y le pisa con garbo: llegarán tarde pero no se perderán el ponche que preparará su madre esta noche – o puede que sí.

Las tres hermanas - Paris

El Ferrari traga kilómetros como un poseso. Al oir un sonido ‘in crescendo’ detrás de ellos, los demás conductores miran en sus retrovisores para ver qué pasa, pero apenas tienen tiempo de intuir la bala amarilla: lo único que ven es la trasera pegada al suelo por la aceleración haciéndose cada vez más pequeña y el sonido que se aleja. “¿Tienes que correr tanto? Ya sabes que no lo soporto, los italianos y vuestra manía de la velocidad…”

Dejan atrás Paris pero la autopista hasta Lyon está aún en construcción, así que cruzan hacia Alsacia planeando saltar a Alemania y luego seguir a Austria para alcanzar su destino en los Alpes italianos. Han pasado las horas y Marc ya no puede más… “Me duele la espalda, me pitan los oídos…”. Luego además hace tiempo que el brillo del sol ha dado paso a un plomizo cielo que invade todo de gris con su reflejo… “Qué paisaje más desolador, sin hojas en los árboles ni nada de verde kilómetro tras kilómetro, cruzando pueblo tras pueblo…”

Traffic

No, no se han puesto aún de moda las circunvalaciones que evitan cruzar los pueblos, pero Antonella ama cruzarlos y observar sus calles y sus gentes… “Esto es viajar”, piensa. Y es que por su parte ella sigue radiante y sonriente, siempre ve la parte positiva de las cosas y también le gusta este paisaje, lo encuentra romántico y además los radares son aún una rareza y la policía no se preocupa tanto de la velocidad, así que conducir es aún un placer… en unos años ya no lo será tanto. Aunque ya no tan relucientes, las llantas siguen no obstante girando a velocidad furiosa, el morro afilado cortando el viento – y Marc protestando: “La última vez que te hago caso, hacer este viaje con tu chatarra italiana, vaya idea de locos, estoy cansado y ¿te he dicho que me duele la espalda…?”.

“Chatarra italiana…”, las palabras se repiten en la mente de Antonella, que de repente tiene la sensación de que una gota acaba de colmar el vaso. Pero en lugar de explotar, aprieta los dientes y sonríe levemente, a pesar de que Marc no para… “Podríamos estar cómodamente sentados en un avión pero no, había que viajar en éste… y ahora ¿qué pasa? ¿Por qué nos estamos parando?”. Antonella da un par de acelerones, forcejea con la palanca de cambios y se para en el arcén… “Madonna, non posso crederlo, no entran las marchas, creo que se ha roto la caja”

Las tres hermanas - Peugeot 404 Pickup

La pareja está ahora de pie en un campo yermo en algún lugar de la Alsacia francesa, desde las entrañas del Ferrari suenan los chasquidos al bajar la temperatura del metal caliente mientras anochece y algunos cuervos graznan a lo lejos. Afortunadamente, enseguida pasa un Peugeot 404 “pickup” con la plataforma trasera llena de sacos de patatas. El conductor, un paisano con gorra y cigarrillo colgando del labio inferior se para y amablemente se presta a llevar a uno de los dos hasta el pueblo a pedir ayuda. Antonella no se quiere separar de su Ferrari: “Ve tú, que yo me quedo aquí con mi chatarra italiana…”.  

Al principio Marc no lo ve claro: “¡Cómo! Si no sé ni una palabra de francés…”. Pero ella lo convence enseguida y al tiempo que le da el resto de los francos franceses que llevan le propone… “No te preocupes, te voy a escribir una nota con lo que necesitas decir, se la entregas a alguien del pueblo y listo”. Al mismo tiempo, ya está sacando del bolso una agenda y pluma en mano escribe unas líneas, luego arranca la hoja, se la da al pesado de Marc y le dice al conductor en un francés más que correcto que sea tan amable de acercarle al próximo pueblo. A continuación ambos, paisano y protestón, suben a la camioneta que arranca lentamente, coge algo de velocidad y se aleja mientras empieza a llover.

Ferrari Daytona curve

Dos horas más tarde ya es noche cerrada, el Ferrari ha pasado Stuttgart y se dirige veloz hacia Munich. Antonella engrana las marchas con precisión, está cansada pero sonriente mientras tamborilea en el volante al ritmo de la música. El recién publicado “Let it bleed” de los Rolling Stones fluye glorioso en el reproductor de ocho pistas con sonido quadrafónico. Y ahora el estribillo de la última canción del disco suena que ni hecho a propósito… ”¡You can’t always get what you waaant… no siempre puedes lograr lo que quiereees!”.

Al repostar la última vez, Antonella se ha comprado una barra de chocolate y ahora al terminarla deja el envoltorio sobre el asiento del acompañante… que está vacío. Mick Jagger y Antonella cantan ahora juntos… “¡But if you try sometimes you might find… pero si lo intentas, a veces, podrías encontrarte con que…!”. La voz de Antonella suena ahora por encima de la de Jagger e incluso del sonido del doce cilindros… “¡You get what you need… consigues lo que necesitaaas…!”. En medio de la noche por la desierta autopista alemana la línea discontínua que separa los carriles desfila cada vez más deprisa. El Ferrari acelera hasta el límite de revoluciones cortando la penumbra mientras su conductora sonríe de nuevo traviesa.

Epílogo del Capítulo 2

Un par de horas antes, Marc se había despedido del paisano con el Peugeot y había entrado en el único bar abierto. Después de pedir un cognac (la única palabra francesa que conocía), había entregado la nota de Antonella a la oronda camarera de detrás de la barra. Tras mirar al extranjero con extrañeza, ésta se puso en la punta de la nariz unas gafitas de leer, se concentró en la nota y tras unos momentos sofocaba sin éxito una media carcajada… La nota estaba escrita con letra nítida y precisa… “A quien lea esto, que sepa que estoy harta y no soporto más a este individuo, así que le agradezco le explique que he simulado una avería pero que al coche no le pasa nada, lo único estropeado era nuestra relación, que acabo de solucionar literalmente de un plumazo. Antonella”

CAPÍTULO 3

¿Llevan armas, radios, munición…? El momento que Klara temía había llegado. Mientras el guardia aduanero soltaba su retahíla protocolaria, su padre Peter al volante ya preparaba una de sus respuestas ingeniosas“Lo siento, espero que no sea un problema pero se me han olvidado…”. Klara apenas pudo ahogar una carcajada, anda, mira, ésta no me la esperaba… Se ve que el guardia tampoco, un jovenzuelo probablemente recién salido de la escuela militar. “Salgan del coche, lo vamos a registrar”

Abatiendo el asiento, Klara salió con toda la agilidad de sus doce años del fiel Volkswagen de la familia, un Escarabajo rojo oscuro. Hacía varios grados bajo cero y las construcciones de triste hormigón y el alambre de espino por doquier no ayudaban a levantar el ánimo. Tampoco las metralletas de los guardias, ni el aviso colgado en la pared que dejaba claro que en este recinto el personal autorizado hará uso a discreción de las armas de fuego reglamentarias. Su madre, Gloria, parecía tranquila, quizás estaba acostumbrada a las excentricidades de su padre, pero ¿no había llevado esta vez las cosas demasiado lejos?

Frontera Volkswagen y soldados

A pesar (o quizás a causa) de los nervios, no pudo impedir un enorme bostezo. Eran las siete de la mañana y hacía una hora que habían salido de casa. Vivir en la parte oeste de Berlín no estaba mal, pero con una madre con terror a volar, para salir de la ciudad y llegar al resto del “mundo libre” usaban el coche, a finales de los años sesenta un trámite largo y desagradable. Tras conducir media hora en cualquier dirección te encontrabas con el muro o uno de los pocos pasos fronterizos, todos anunciados con el mismo cartel… You Are Leaving the American Sector, está usted abandonando el sector americano – o británico o francés, según el caso.

Aquí se decía adios al oso berlinés, el símbolo de la ciudad y hola qué tal a un par de tanques rusos y a una hoz y un martillo esculpidos en hormigón. Y luego Willkommen in der DDR, bienvenidos a la República Democrática Alemana. Y enseguida su madre… “Bienvenidos… ¡ja! Democrática… ¿en serio?”. Y finalmente el primer soldado que, metralleta en mano, recibió los pasaportes y les hizo avanzar hasta el control aduanero, donde su padre había soltado la gracieta. El plan era celebrar la Navidad con sus abuelos maternos en los Alpes italianos, siempre que el guardia despechado tuviera a bien no acribillarlos a los tres.

Las tres hermanas - You are leaving the American sector

Pero aquí llega ya por fin, se ve que se ha dado por satisfecho con retenerlos un par de horas sin razón aparente, porque les está entregando los pasaporte a través de la ventanilla. Klara da un suspiro de alivio. Ocupando los asientos delanteros, sus padres rozándose los hombros en el estrecho habitáculo, se miran, sonríen, se dan un beso (mira que son empalagosos…), su padre echa la mirada al frente, gira la llave y el motor cobra vida con el característico sonido metálico de su motor trasero. 

Otro beso (¿terminarán ya…?), palanca en primera, el coche avanza unos metros… segunda… empieza a coger velocidad sin mucha prisa… tercera, cuarta… y se incorporan a la autopista. El firme es de bloques de hormigón y pasando de uno a otro, las ruedas hacen un ruido característico… claclac… claclac… claclac…

Por delante hasta la frontera tienen trescientos kilómetros que deben recorrer en un tiempo máximo estimado. Según les habían contado en el colegio, había cuatro corredores habilitados entre Berlín y la República Federal Alemana y los occidentales en tránsito tenían prohibido abandonar la autopista para adentrarse en Alemania Oriental. Para impedirlo, en el sello que habían puesto en el pasaporte figuraba también la hora, que era controlada al salir del país, de manera que cualquier retraso injustificado podía ser motivo de arresto y multa.

Volkswagen interior

Klara se ha acurrucado de nuevo detrás de su madre en el banco trasero, compartiendo espacio con una bolsa de viaje y regalos para la familia – el resto del equipaje va en la baca. Poco a poco, la calefacción ha subido la temperatura del interior, cuyos cristales ya se empiezan a empañar, así que regularmente sus padres deben pasar un trapo por el parabrisas. También ella quita la condensación acumulada en el cristal lateral, primero dibujando con un dedo y luego con la mano entera para poder observar el entorno. 

El día es gris, está nevando desde hace un rato y el paisaje ya se está poniendo blanco. De vez en cuando a lo lejos se ven pueblecitos que les está prohibido visitar, la sensación es la de estar atravesando el país como en una cápsula… De vez en cuando adelantan algún Trabant o Wartburg, los utilitarios del este, aún más modestos y lentos que el Escarabajo, sus ocupantes llevan caras serias y resignadas. Tras unos kilómetros intenta leer pero entre la conversación de sus padres, el calor humano de los tres cuerpos en el pequeño habitáculo, el motor con su característico zumbido y el claclac de las ruedas sobre la autopista, pronto cierra los ojos, aunque sin dormirse del todo.

Las tres hermanas - Frontera Trabant y policías

Al parar para repostar, todos bajan para echar gasolina y comprar bocadillos. El plan era quedarse a comer aquí pero prefieren ganar tiempo y de todos modos el servicio en estas áreas es deplorable: los que trabajaban aquí suelen ser policías de paisano, miembros de la temida Stasi, la policía secreta, gente con mal humor permanente, entrenada para fisgonear pero no para atender a clientes.

Mientras espera fuera del coche, Klara se ajusta el cuello de su jersey, que le pica como el demonio, cada invierno la misma historia, ponte el jersey de cuello alto, pero mama, pica… sí, pero hay que abrigarse. Pero ¿de qué demonios hacen estos jerseys? Con botas, pantalones de pana y un abrigo, todo en colores chillones muy de la época, Klara viste a la última moda occidental mientras otros jóvenes que deambulan por la gasolinera llevan ropas más modestas y de colores sobrios. El contraste no escapa a nadie, aunque este frío polar no invita a quedarse a observar, así que decide encajarse de nuevo en su sitio.

Frontera dos Alemanias

Tras otra hora de viaje ya se acercan a la frontera. Aparecen de nuevo las torres de vigilancia, los tanques, el alambre de espino y los guardias armados con sus metralletas que van dirigiendo a los coches. Afortunadamente ahora quien está al volante es su madre que ya baja el cristal con la manivela. El guardia, con cara de poco amigos, prácticamente le quita pasaportes y visados mientras da las instrucciones… “Sigan, vamos, adelante hasta el control de aduanas, no se paren”.

Son de nuevo cincuenta metros hasta el siguiente control… “¿Llevan armas, radios, munición, artículos sujetos a autorización, niños?”. Ni un buenos días, éste funcionario es mayor y no oculta su desprecio por estos enemigos de la revolución. A través del retrovisor, Klara observa a su madre, que no pierde la sonrisa que, de tan amplia, se antoja incluso socarrona. Ay madre, aquí vamos de nuevo… 

“Guten Morgen, antes ya nos ha controlado otro señor”. Y el guardia… “Aquí, en la República Democrática Alemana, no hay señores, sólo trabajadores y campesinos”. Su madre no se lo piensa… “Ah, perdone, pues ya nos ha controlado el otro campesino”. No, por favor, no de nuevo… Klara se tapa la cara con ambas manos frustrada y sorprendida, está claro que sus padres están hechos el uno para el otro. 

Las tres hermanas - Autopista con nieve

Pero, milagro, el funcionario debía estar harto de listillos o bien la cola detrás estaba asumiendo enormes proporciones, el caso es que sin mediar palabra les devuelve los pasaportes y les suelta un “Weiterfahren, sigan su viaje”. En el retrovisor, por un segundo Klara creyó ver decepción en los ojos de su madre… Unos metros mas allá un cartel despide a los viajeros, ¡Auf Wiedersehen, hasta la vista! Y su padre… “¿En serio?”.

Ya en la parte occidental de la frontera Klara nota cómo su madre desacelera instintivamente. Pero desde dentro de la moderna garita, el policía no tiene ninguna intención de salir de su refugio calentito, se está tomando un café  al lado de un arbolito cuyas lucecitas intermitentes de colores recuerdan que pasado mañana es Navidad. Son las tres de la tarde, empieza a oscurecer y mientras su madre acelera, Klara se recuesta en el asiento, el claclac ha desaparecido pero esta vez el zumbido del motor la sume en un profundo sueño…

CAPÍTULO 4

El filo del hacha corta el viento y separa la madera en dos trozos limpios. Giancarlo deja la herramienta en el suelo, coge las dos mitades y las tira al montón, casi blanco de la nieve que está cayendo. Ahora se quita el sudor de la frente, curtida como toda su cara durante años en la montaña, a pesar de lo cual parece más joven que las sesenta y muchas primaveras que lleva a sus espaldas. Será por la tez morena, el cuerpo aún atlético y ese brillo travieso en sus ojos azules.

Mañana es Navidad y sus hijas Alma, Gloria y Antonella se están reuniendo con él y su mujer Helga para las fiestas. De madrugada ha llegado la primera, Gloria, desde Berlín, con su marido y su hija Klara. Su Volkswagen Escarabajo está aparcado aquí al lado y los tres están durmiendo, son las ocho de la mañana. Giancarlo se gira y observa su casa y al fondo el pueblecito embutido en los Alpes Dolomitas, en el norte de Italia. Son montañas jóvenes que forman un paisaje brutal, muy distinto a su Sicilia natal. «Guten Morgen, Búbele…», una vecina ha pasado a dejarles una cesta con huevos.

Alfa Romeo Giulia garaje

Giancarlo sonríe… «Guten Morgen Frau Seidler…». Los habitantes del pueblo lo han acogido como a uno más. Todo un logro: tras la Primera Guerra Mundial, Italia había recibido el sur del Tirol como premio por cambiar de bando en medio de la contienda. A los austriacos esto naturalmente no les hizo ninguna gracia, pero menos a los habitantes de esta región, quienes de un día para otro se vieron cambiando de nacionalidad a la fuerza. Y menos aún cuando Mussolini prohibió las clases en alemán en los colegios y empezó a colonizar la zona con italianos del sur. Pero Giancarlo, un desplazado más, aprendió alemán e incluso ladino, la lengua local de estos valles, y acabó integrándose.

Ahora acaba de colocar la madera en el almacén, deja el hacha en su sitio en el garaje y se queda observando un rato su coche. Sí, quizá pasaba por un surtirolés más, pero había cosas que no perdonaba: cocinaba especialidades sicilianas, sus hijas tenían nombres italianos y siempre había un Alfa Romeo en su garaje. Ahora hacía dos años que conducía un Giulia Super, con su motor “mille sei” con doble carburador que suena a gloria, lo oiremos en unos momentos.

Las tres hermanas - Dolimiti Sassolungo

En efecto, aquí está Helga, que se asoma por la puerta del garaje con noticias… «Búbele…», sí, ella también lo llama así, es algo como muchacho en el dialecto tirolés… «…acaba de llamar Jorge…», vaya, le encantaba su yerno español, un tipo afable, disfrutón, pero disciplinado y trabajador, él estaba orgulloso de haber nacido en su querido Bilbao pero Búbele bromeaba diciendo que parecía tirolés, «…el coche de alquiler los ha dejado tirados en Trento, dice que cogerán el tren hasta Bolzano».

Dicho esto, Helga le sonríe con complicidad… «Les he dicho que irías tú a buscarlos a Bolzano, ¿he hecho bien…?». Y en un segundo, ahí está el brillo en los ojos de nuestro Búbele, amaba conducir por aquellas montañas y su mujer lo sabía perfectamente. Muchas veces lo hacía sin rumbo fijo, pero ya hacía unas semanas que no salía con el coche y una misión concreta era justo lo que le apetecía. Había nevado ligeramente, pero la carretera estaba despejada: sesenta kilómetros de curvas para recoger a la pequeña Alma y su familia. A veces un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer.

Tren en la estación

Suena tronante el motor del Alfa en la recta que sale del pueblo. Con la mano izquierda Búbele agarra el fino volante de bakelita negra, pulgar estirado por dentro, como un violinista sujetando su instrumento, mientras con la derecha acciona la palanca de cambios, que queda alta, muy a mano, y ahora llega el final de la recta, frena, embrague, tercera, el motor sube de vueltas, segunda, las dos manos al volante ahora, una curva, aceleeera, embrague, tercera, frena, segunda, la mano derecha volando del volante a la palanca y otra vez al volante, el coche rozando la nieve acumulada en los laterales.

A esta misma hora su hija Antonella había dejado atrás París y volaba por la autopista atravesando los campos de la Borgoña francesa, con la mano izquierda agarraba el grueso volante de cuero, pulgar estirado por dentro, cambiando de marchas y sonriendo mientras rugía el motor del Daytona… Sí, Antonella disfrutaba de los coches como su padre y de hecho, había ideado todo el viaje con el Ferrari para compartirlo con su progenitor. Lo único que le impedía divertirse del todo eran las quejas de su novio, pero como ya vimos, en breve dejaría de ser una molestia.

Un par de horas más tarde empieza a nevar en Bolzano y mientras el tren regional hace su entrada en la estación, Jorge y su familia se disponen a bajar. A Jorge le encanta estar con sus suegros y además el paisaje de aquí le recuerda a su País Vasco natal. Y ahora encima está todo nevado: ¡perfecto! Ya descienden del destartalado vagón, qué lentos son estos trenes, parando en cada pueblecito, casi tres horas para sesenta kilómetros. E incómodos: estamos a punto de comenzar la década de los setenta y los bancos aún son de madera.

Las tres hermanas - Alfa Romeo Giulia nieve

Mientras Jorge baja las maletas, Alma y su padre se funden en un abrazo, pero ya el pequeño Leandro salta y trepa por el abuelo que lo coge en el aire y sin soltarlo da un medio abrazo a su yerno, con manotazo en la espalda incluido. Incluso la pequeña Francesca, que a sus tres años no reconoce al extraño, se deja llevar y sonríe. Pero ahora la nieve cae con fuerza: iluminada por las farolas del andén, forma una cortina que aparece de la nada. Búbele coge una maleta y apremia… «Andiamo, la cosa se está poniendo fea».

Embutidos los cinco en el Alfa Romeo plateado, Jorge de copiloto y Alma detrás con los niños, en los primeros kilómetros de regreso a casa los neumáticos de invierno agarran bien y Búbele maneja el coche con destreza. Luego, al iniciar el ascenso al valle se tiene que parar a poner las cadenas, pero a pesar del frío que le entumece los dedos esto es pan comido para un siciliano tirolés de pura cepa y enseguida se unen de nuevo al tráfico.

Un tráfico muy intenso, entre lugareños que vuelven del trabajo y turistas que vienen a esquiar: se ven placas italianas pero también belgas, holandesas, alemanas… todos con cadenas o ruedas de clavos. El Alfa es ahora un segmento más de un interminable gusano de acero que va subiendo penosamente a paso de tortuga… y no tarda en quedarse parado del todo. Pasan los minutos, pasa media hora, la nieve sigue cayendo con ganas y se acumula sobre los coches y la calzada. Jorge se acuerda del calvario que pasó ayer con el atasco, la niebla, el paso a nivel y el tren. Por supuesto, es la continuación lógica del viaje de ayer, piensa con ironía mientras se hecha el aliento en las manos: hace frío, mucho frío.

cocina tirolesa

Al lado de la estufa calentita, Klara sorbe de su taza de chocolate humeante, mientras a los fogones incandescentes su abuela Helga prepara la cena. Sus padres, ambos profesores, han dejado de corregir exámenes y se han enfrascado en una discusión con Helga sobre la situación política en la región. Su madre… «Las bombas de los independentistas no han solucionado nada…». Y su padre… «No, pero la represión y los juicios sumarísimos de los italianos aún menos…». Y luego la abuela… «Pero los ladinos siguen siendo ninguneados en el conflicto…».

De ahí saltan al reciente atentado en Milán de un grupo de extrema derecha, de ahí a la dictadura sin fin en España, de ahí a la represión soviética del año pasado en Praga y de ahí a la guerra de Vietnam. Klara está intentando en vano abstraerse y seguir con sus deberes, así que cuando suena el teléfono lo coge para evadirse de la discusión… «¿Hola? ¡Ciao, zia Antonella…!». Los otros se la quedan mirando… «¿Quando arrivi? … ¿No? … Sí, il temporale è fortissimo … ¿Come? … ¡Non ti sento…!».

Las tres hermanas - Nieve noche farolas

«¡Domani mattina! ¡Estaré ahí mañana, me quedo a dormir en Garmisch, no me quedan monedas, ciao…!». Antonella cuelga el teléfono y vuelve a su taburete en la cafetería de la gasolinera. Son las seis de la tarde y tras deshacerse de Mark y pasar Stuttgart y Munich, aún tenía otras cuatro o cinco horas de viaje. Pero el Ferrari y la nieve no se llevan bien y seguir el viaje era una temeridad, así que había reservado una habitación en un hotel de Garmisch, casi en la frontera con Austria, donde había estado esquiando años atrás. A continuación había avisado a la familia.

Hay mucha gente y humo, pero el ambiente es relajado… «Vaya temporal, eh…?». Una voz masculina pero suave, en italiano correctísimo con ligero acento… ¿inglés, quizás? «Al menos serán unas navidades blancas…», responde Antonella mientras deja su café en la barra y se gira para mirar a su interlocutor, con el pelo largo castaño, ojos grises, nariz recta, moreno, atlético, chaqueta de tweed y jersey de cuello vuelto. Antonella tiene un sexto sentido para las personas y un reconocimiento superficial le da los resultados… atractivo, mirada inteligente, sonrisa franca, me acurrucaría junto a él frente a un fuego con una copa de vino y luego veríamos, piensa para sí misma, pero le traiciona una media sonrisa traviesa… a falta por supuesto de una inspección pormenorizada, remata mentalmente.

Ferrari Daytona front 3/4

«Soy Frank…». Y así, al mismo tiempo que apagaba su cigarrillo, el extraño dejó de serlo. Es más, le parecía que lo conocía de toda la vida. ¿Realmente existen los flechazos?…  Antonella siempre pensó que no, pero… «Soy Antonella, hacía tiempo que no veía un temporal así, precisamente le decía a mi sobrina…». Pero alguien le grita de repente… «Fräulein, das Auto ist fertig!». Qué oportuno, es el empleado de la gasolinera, la magia se ha esfumado… «Sí, bien, el coche está listo, la proverbial eficiencia alemana, vielen Dank, muchas gracias». Y luego a Frank… «En fin, me tengo que poner en marcha, encantada»«Encantado, yo también me voy, pero algo me dice que nos volveremos a ver». dice al tiempo que sonríe, coge su abrigo y abre la puerta. Salen juntos, Antonella va por delante y vacila un segundo pero la visión de su coche la devuelve a la realidad y además él ya se va por la derecha hacia el parking.

Ahí plantado, para Antonella el Daytona es como un animal a punto de saltar, con esa línea imposiblemente bonita y todo él gloriosamente sucio del largo viaje, pero un impulso le hace girarse, apenas con tiempo para ver al extraño que ya no lo es contorsionando su atractivo cuerpo para encajarse en un Jaguar E-Type azul oscuro con matrícula británica acabada en H: coche nuevecito, bonita forma de estrenarlo, piensa. Ya encajada en el asiento derecho, Antonella gira la llave y el doce cilindros ruge de nuevo, para deleite de todos los presentes – en cada gasolinera el mismo espectáculo, piensa Antonella. Pasando veloz a su lado, el coche penetra en la cortina de copos de nieve, los pilotos traseros se ven unos segundos pero enseguida se funden con la noche. Antonella se queda unos segundos sonriendo ensimismada.

Las tres hermanas - Carretera nieve copos

Sin embargo, la subida a Garmisch exige de toda su atención y pericia, la nieve empieza a cubrir la carretera y la trasera del Daytona tiende a irse por su cuenta. Para ella no es problema hacer contravolante pero ¿por la estrecha carretera y con este tráfico? Ya en el pueblo, los últimos metros son un suplicio, los neumáticos pierden adherencia constantemente, la visibilidad disminuye, los limpia parabrisas ya pierden la batalla contra la nieve que se pega persistentemente al vidrio, los faros tampoco están a la altura de las circunstancias. Deben ser las ocho de la tarde, pero ¿dónde esta el dichoso hotel…?

Quizás debido a todo lo que pasó y lo que quedaba por pasar aquel día, tiempo después Antonella no acertaría a saber cómo llegó, pero el caso es que acabó enfilando una plaza libre en el parking del hotel. Satisfecha y sonriente por haber llevado el monstruo de 350 caballos a través de la ventisca, sacó su bolsa de viaje del maletero y se la echó al hombro, pero cerrando la tapa del maletero no pudo evitar fijarse en la trasera afilada de un Jaguar aparcado dos plazas más allá, sobre cuyas curvas hacía muy poco que se empezaba a acumular la nieve. No podía ser…

CAPÍTULO 5

En la foto de colores apagados, una gran familia está sentada en torno a una mesa. Se ven copas llenas, mucha comida, velas y decoración navideña. Y también gafas de pasta, cuellos vueltos, patillas y pelucas, colores psicodélicos y sonrisas. Los buenos viejos tiempos. Sentada ahora a la mesa en la misma cocina tantos años después, Klara revive una vez más aquellas navidades. Las velas no eran mera decoración, pasaron dos días sin luz, lo que hizo que toda la casa tuviera una atmósfera especial, mágica, irrepetible. Con doce años estas cosas te marcan.

La foto le trae recuerdos… cruzar Alemania en el asiento trasero del Escarabajo de sus padres, el frío, el jersey de cuello vuelto que picaba como el demonio… en su mente está toda la información, pero sin orden, son más bien impresiones inconexas, pero piensa que algún día debería sentarse y escribir la historia. Mirando por la ventana el paisaje nevado, toma un sorbo de su té y sigue recordando.

Carretera bosque nieve

Klara empezó a preocuparse al ver las caras serias de sus padres y su abuela, callados, cada uno a su tarea sin hablar apenas. La Nochebuena era una gran fiesta en la familia Costa, pero ese año estaba gafada: faltaba la tía Antonella y seguían sin noticias del abuelo Giancarlo, que había ido a recoger a la familia de Madrid. Mientras, fuera, la tormenta de nieve arreciaba con fuerza… y el Alfa Romeo seguía atrapado en la carretera que sube al valle… es una historia que se ha contado mil veces en la familia, lo único que puede haber pasado es que algunos detalles se hayan diluido o exagerado.

Tras media hora parados, la nieve caía con fuerza, empezaba a oscurecer y hacía mucho frío, así que, previsor como siempre, el abuelo Giancarlo, a quien todos llamaban Búbele, abrió la guantera y sacó una velita. La pequeña Francesca había empezado a llorar, pero el brillo de una llama tiene algo… Será porque nos hemos pasado siglos viviendo a la luz de una vela o de un candil, comiendo, bebiendo, leyendo, intimando. Por eso, cuando quedamos impresionados con algo grata y profundamente, decimos que nos encandila.

Las tres hermanas - Fiat 500

Como encandilados y reconfortados por el calorcito quedaron los niños, acurrucados junto a su madre en el asiento de atrás, mientras el abuelo salía a intentar averiguar porqué no podían avanzar. Cerrando la portezuela del Alfa, con la nieve ya a la altura de los tobillos, Búbele caminó carretera arriba junto a algún otro conductor que, por aburrimiento o ansiedad, también había decidido desafiar el frío. Así llegó al poco hasta dos coches accidentados que bloqueaban completamente la estrecha carretera… La escena resultaba hasta cómica, acaso debido a que los coches de antaño tienen cara y ojos, una personalidad propia. Y ahí estaban, con las caruchas arrugadas, como enfadados, un pequeño Fiat 500 rojo empotrado en un Renault 8 azul.

La mujer del conductor del Renault se había refugiado dentro del coche ante la ira de los demás conductores, que se habían acercado a curiosear o ayudar, pero habían comprobado que, en pleno invierno (de los de antes), el coche rodaba sin cadenas y con los neumáticos prácticamente lisos. Cómo había logrado subir hasta ahí, nadie acertaba a explicarlo, pero finalmente se había quedado atravesado y el pobre conductor del Fiat no había tenido tiempo de esquivarlo. Pasaron dos horas más hasta que las autoridades lograron despejar la carretera. 

Renault 8

Así que, tras horas sin saberse nada de ellos, los desaparecidos llegaron a la casa familiar, apareciendo por fin por la puerta de la cocina. Y mientras la abuela corría a abrazar a su Búbele, hacían su entrada Alma y Jorge, cada uno con un niño dormido en brazos. Klara bebe ahora un poco más de su té, que se está quedando frío, y gira la mirada hacia la puerta de la cocina… aún los recuerda ahí, exhaustos pero sonrientes. Del resto de la velada, Klara ya no tiene presentes muchos más detalles, pero sí curiosamente la mañana del día siguiente…

Al despertar temprano el día de Navidad, Klara corrió a asomarse a la ventana. De tan intenso y puro, el cielo aparecía de un azul irreal. El temporal era tan sólo un mal recuerdo y todo estaba cubierto por un manto inmenso de nieve, un bajorrelieve de luces y sombras formado por lo que fuera que había quedado enterrado debajo. Incluyendo el Volkswagen de sus padres y el Alfa Romeo de su abuelo. Nada en la casa se movía, salvo su abuela, que ya estaba preparando el desayuno.

Las tres hermanas - Carretera y árboles

En el mismo momento, a través de la ventana del hotel en Garmisch, la mañana también se veía radiante. El sol se reflejaba en la nieve y Antonella se vio cegada un poco al principio, hasta que se fue acostumbrando al brillo. Se impresionó ante la belleza del paisaje aún sin hollar por persona alguna pero enseguida miró al aparcamiento. Al principio le costó un poco identificar su coche desde lo alto, pero enseguida se dio cuenta de que por el momento sería imposible sacarlo, imposible moverlo por aquellas calles, imposible llegar hoy a ver a su familia. Pasaría el día de Navidad allí. Pero no tenía mucha prisa.

La noche anterior, una vez dejado el Ferrari aparcado, el alivio de Antonella al entrar en el acogedor hall del hotel había sido tal, que enseguida se había olvidado de todo, sólo pensaba en darse un buen baño con mucha espuma y cenar. Pero siendo Nochebuena no quedaba sitio en el restaurante del hotel. «Los dueños estarían encantados de que los acompañara a su mesa…», le habían dicho en la recepción. Luego, llegando a la gran mesa para doce, el hombre del Jaguar se levantó, sonrió y retiró una silla para Antonella, que no entendía el mundo. «Le dije que nos volveríamos a ver…», comenta sonriendo.

Hotel Staudacherhof

Al hacer la reserva por teléfono desde la gasolinera, Antonella había tenido que gritar el nombre del hotel, el mismo al que se dirigía Frank. Sus tíos eran los dueños y gerentes… «¿Un poco de vino blanco…? La llegada con el coche ha sido agónica… la cena está deliciosa… ¿una copa de vino tinto…? Seguramente nos vimos alguna vez cuando estuve aquí años atrás… ¿un vasito de ponche?» Una mirada de reojo, otra, risas, el postre… «¿Fumas…? ¡Claro!» Exhalando la primera calada, pareció que todo el estrés previo a su llegada salía por la boca de Antonella. 

Los comensales se fueron retirando de la mesa hasta que sólo quedaron ellos dos, que siguieron charlando… aunque luego ninguno de los dos se acordaría de qué. Pero fue bajando la adrenalina y uno de los dos debió comentar algo sobre irse a dormir, se levantaron, caminaron juntos unos metros hacia el hall donde estaba el ascensor, había que pasar entre un aparador y un sillón, él la dejó pasar, ella vaciló, él fue a pasar, pasaron los dos, chocaron y sus rostros se encontraron a pocos centímetros, se intuyeron, el uno mirando a los labios del otro, más cerca, los labios se rozaron un poco, se rozaron más y se fundieron en un beso, luego una mirada, otro beso corto y luego otro interminable. Hasta aquí contó Antonella, el resto quedó entre los dos.

Las tres hermanas - Ferrari Daytona rear 3/4

Como en aquella época aún se podía hablar de la proverbial eficiencia alemana, al día siguiente la carretera ya había sido despejada, así que, habiendo liberado el Ferrari de la nieve acumulada, por fin Antonella lo pudo sacar del aparcamiento, gracias a varias personas que ayudaron a empujarlo. Fue todo un espectáculo, entre el sonido brutal del doce cilindros desperezándose y el color amarillo brillando al sol, las llantas de radios girando de nuevo, los neumáticos de invierno compactando la nieve bajo el peso del coche, los gritos de todos organizando la tarea, la conductora sonriendo y animando…

Al volante del deportivo, gafas de sol y melena suelta, el día brillante, ni una nube en el horizonte y la carretera despejada, por fin el coche devoraba de nuevo kilómetros. Y al mismo tiempo, de nuevo el “Let it bleed” de los Rolling Stones fluía glorioso en el reproductor de ocho pistas, Mick Jagger y Antonella cantando: «Yeah, we all need someone we can dream ooon… Sí, todos necesitamos a alguien con quien soñaaar…». Al repostar la última vez, se había comprado otra chocolatina y al terminarla dejó el envoltorio en el compartimento de la puerta, al tiempo que se giraba divertida a mirar a su copiloto: «…and if you want it baby, you can dream on me… y si quieres baby, puedes soñar conmigooo».

Puente Europa

Cortando el aire, en pocas horas el deportivo amarillo desfiló a toda velocidad por los hitos del recorrido: el puente de Europa, la subida al puerto del Brennero y finalmente la carretera serpenteante que subía al valle donde aguardaba toda su familia. Desde la cocina oyeron perfectamente llegar el coche, pero aún así Antonella hizo sonar el estridente claxon típico de los deportivos italianos de la época. No hacía ninguna falta, pero seguramente era una forma de desahogarse después de casi tres días de viaje. 

Klara coge de nuevo con mucho cuidado la foto y la observa con detenimiento. Ahí estaban todos juntos por fin: sus abuelos, sus padres, los tíos de Madrid – y la tía Antonella con su sonrisa imposiblemente seductora. Y a su lado, quien desde entonces sería el tío Frank. Sólo faltan en la imagen sus primos de Madrid, que ya estaban acostados. Klara mira a su alrededor, es en esta misma cocina donde se había tomado la foto de aquella fantástica familia, aunque ha pasado mucho tiempo y ya no están todos. Reprimiendo la melancolía, coge el abrigo, se pone las botas y sale de la casa.

Las tres hermanas - Foto de las tres

Al principio camina un poco sin rumbo sobre la escasa nieve recién caída, pero al poco decide dirigir sus pasos hacia el cobertizo que hay detrás de la casa. La puerta lleva años sin moverse, la madera está húmeda y el tirador oxidado, pero el pestillo cede a la primera y los goznes no oponen resistencia… Y a medida que la luz del sol empieza a inundar el interior, ante sus ojos aparece primero el morro afilado y luego enseguida el resto de un deportivo amarillo que, tras otras aventuras, reposa aquí inmóvil. En la mente de Klara, Antonella empuña de nuevo el volante y sonríe traviesa, mientras su querido Daytona ruge de nuevo, la línea discontínua que separa los carriles desfilando cada vez más deprisa.

DH

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